Desde la ventana de un edificio, Hanuman alcanzó a ver un jardín que aún no había visto y quiso ir a indagar. Mentalmente y con gran devoción le pidió a Dios misericordia nuevamente para encontrarla, para que le diera éxito en su misión. Entró en ese jardín, llamados Ashoka y buscó cuidadosamente en el interior.
De repente, en un claro rodeado de árboles y arbustos, vio a una mujer tan maravillosa como ningún poema podría describir adecuadamente. Toda la belleza material se desvaneció y se convirtió en nada frente a esa belleza trascendental. La materia, tan imperfecta, pasajera, ilusoria, ocultó su rostro frente a ese cuerpo espiritual. No podía ser nadie más que Sita, Hanuman no tenía dudas. Su corazón le dijo que no podía ser nadie más que ella. Al recordar la descripción que había hecho Rama de su edad, de sus rasgos físicos, Hanuman la reconoció como la tan deseada Sita.
La miró con profunda devoción y amor espiritual, sin rastro de lujuria material, y la reconoció como la diosa que tanto había adorado y servido. La miró y volvió a mirarla. Una luz de profunda pureza emanaba de su rostro mientras sus pensamientos se perdían en un mundo donde la materia no tenía acceso. Bebiendo de su figura espiritual, mirándola como un hombre sediento mira un oasis después de mucho vagar por un desierto de arenas calientes, sintió un éxtasis, una profunda felicidad trascendental. La belleza celestial de Sita era indescriptible. ¿Cómo pudo una mujer tan noble y pura haber tenido que sufrir un destino tan desafortunado? Esta pregunta obsesionó su mente. Los ojos del devoto Hanuman se llenaron de lágrimas y mentalmente ofreció sus reverencias a los pies de loto de Rama y Laksmana.
Esta es una sección del libro “Ramayana Tal Como Es”, en Espanol.
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