En el bosque de Kamyaka

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“La noticia del dramático evento de Jayanta se extendió como la pólvora por toda Hastinapura. Desde las casas y los lugares públicos la gente comenzó a desbordarse en las calles.

Poco a poco se formó una gran multitud gritando y condenando el malvado Rey, que se dirigió a la puerta sur de la ciudad, en dirección del Ganges, hacia donde se dirigían los Pandavas. Al divisar a los cinco hermanos, todos comenzaron a proferir alabanzas sobre su rectitud.

‘Duryodhana ha decidido enviarlos al bosque’, dijeron, ‘y nosotros les seguiremos, así que crearemos una ciudad real en el bosque, despoblando a Hastinapura. Permítannos que vayamos con ustedes.’

Yudhisthira les habló diciendo,

‘Les agradezco por estas muestras de afecto, pero no pueden venir con nosotros. En el lugar donde vamos a vivir no habrá suficiente comida para todos, ni podemos permitirnos comodidades de ningún tipo. No se preocupen. Ahora estamos obligados a irnos a los bosques, ya que estamos sujetos a la deuda de juego, pero después de los trece años volveremos y restableceremos lo que es correcto.’

 

Después de algún tiempo, la multitud se dispersó de mala gana, pero los hermanos no se quedaron solos. Además de su maestro Dhaumya, muchos Brahmanas y fieles amigos no aceptaron la propuesta de regresar a sus hogares y determinaron seguir a los Pandavas dondequiera que fueran.

Una vez en el gran río santificado por el contacto de la cabeza de Shiva, el grupo se restauró, bebiendo el agua fresca y santa. Pasaron la primera noche de exilio bajo los árboles.

 

A la mañana siguiente, Yudhisthira, preocupado por los amigos que habían dormido a la intemperie, en condiciones difíciles, trató de persuadirlos para que regresaran a sus hogares.

‘Queridos amigos, ustedes saben lo mucho que deseo su compañía, y lo mucho que en los próximos años voy a necesitar hablar y escuchar de temas con relación al Brahman, la realidad espiritual, de la cual todos ustedes son expertos. Sin embargo, la vida será dura, y yo no quiero verlos sufrir por mi causa. Por favor, vuelvan a Hastinapura.’

Pero ellos se negaron.

‘No te preocupes, Yudhisthira’, le contestaron. ‘Estamos dispuestos a afrontar cualquier sacrificio para estar en vuestra compañía. Nunca aceptaremos vivir en un reino gobernado por la perfidia personificada. Sabremos encontrar sustento para nuestras vidas.’

A pesar de estas garantías, Yudhisthira estaba ansioso: su primer deber de Kshatriya era proveer las necesidades de los Brahmanas, ¿y cómo podría hacerlo estando en el bosque?

En privado habló con Dhaumya.

‘Todo crece por la gracia y la energía del sol, dijo el Guru, por lo cual, en última instancia, es Vivasvan quien suple nuestras necesidades en este mundo. Entonces, ya que es de él de quien depende el sustento de millones de seres vivos, ¿crees tú que siendo solo unas cuantas decenas de personas tendremos algún problema para encontrar lo necesario para vivir? Te voy a enseñar las meditaciones a través de las cuales podrás hablar directamente con él y pedirle ayuda.’

 

En los meses que siguieron, el hijo del Dharma practicó un estricto ascetismo y, finalmente, Surya, el Deva que predomina en el planeta solar y que lleva a cabo estas funciones gracias a las actividades piadosas realizadas a lo largo de muchas vidas, descendió a la Tierra.

‘Yo sé lo que te preocupa’, dijo, ‘y esto es digno de ti, ya que es un indicador de tu virtud. Un Rey debe pensar siempre ante todo en el sustento y el bienestar de los demás y luego en sí mismo. Mira, te daré esta olla de cobre, la cual producirá durante doce años toda la comida que necesites. Pero pon atención, pues esto sucederá sólo una vez al día y tan pronto como Draupadi haya comido, la comida en la olla se acabará hasta el día siguiente.

Por lo cual, hazlo de forma tal que sea tu esposa la que siempre sirva y que ella consuma su comida solamente después de que ustedes hayan terminado.’

Así, habiendo resuelto el problema principal y feliz de no tenerse que privar de la compañía de tantos sabios Brahmanas, Yudhisthira comenzó a pasar los días discutiendo cuestiones filosóficas complejas y actividades trascendentales del Señor y de Sus asociados íntimos.

En esos días se dirigieron al bosque de Kamyaka y permanecieron allí durante algún tiempo.

 

Mientras tanto, en su suntuoso palacio, Dhritarastra no podía calmarse al darse cuenta de lo que podría implicar haber tratado a sus sobrinos de esa manera; estaba amargamente arrepentido de haber permitido que su hijo los dañara de manera tan descaradamente incorrecta. Llamó a Vidura, el único que en los momentos de mayor oscuridad podía aliviar su ansiedad dándole buenos consejos. Pero éste, como siempre cuando se le pedía que examinara el problema de los Pandavas, fue muy explícito.

‘¿Cómo podrían estar tranquilos si no se han comportado de acuerdo con los principios de la virtud?’ preguntó. ‘Has sido cómplice de una abominación contra los hijos de tu hermano menor, el cual te respetaba y amaba.

¿Qué pensaría Pandu de ti si estuviera vivo? Ahora dices que estás ansioso y no sabes qué hacer, sin embargo, es tan simple: tienes que devolverles a los Pandavas lo que Duryodhana y sus amigos les han robado y humildemente pedirles perdón por tanta vil maldad. Sólo así, tal vez, la ira de Bhima, Arjuna y los gemelos podrá aplacarse y la vida de tus hijos estará a salvo.’

Pero aquellas palabras enfurecieron a Dhritarastra.

‘Por lo que dices, tal parece que los únicos guerreros poderosos y las únicas personas sabias en el mundo son los Pandavas y que mis hijos no valen nada. Estás exagerando, Vidura. ¿Qué interés tienes siempre de protegerlos a ellos y de denigrar a mis hijos? ¿Qué hay detrás de tu inaceptable actitud?’

Duramente contrariado por el debate, Vidura sabía que una vez más sus palabras no serían escuchadas por el hermano mayor y le dijo:

‘Debido a que tú eres la causa de que cualquier concepto de la santidad haya sido vedado en esta corte que una vez fue gobernada por Reyes sabios, la abandonaré y me iré adonde el dharma sea venerado y seguido.’

Amargado, Vidura partió de la ciudad el mismo día y alcanzó a los Pandavas en el bosque. Fue recibido por todos con gran alegría. Pero cuando Dhritarastra se dio cuenta de que su hermano había dicho eso en serio y que se había ido de Hastinapura, se arrepintió de haber dicho esas palabras y envió a Sanjaya a rogarle que volviera.

Vidura aceptó.

‘Puedo hacer mucho más si vuelvo’, le dijo a Yudhisthira. ‘Estando por allá siempre puedo tratar de inculcar la sabiduría y la virtud en el corazón de Dhritarastra, quien no sólo no tiene ojos para ver las cosas de este mundo, sino que tampoco puede discernir incluso en aquellas del mundo de Dios.

Estando en Hastinapura yo puedo intentar salvar el alma de mi hermano, pero ustedes no se imaginan cuánto me hubiera gustado, sin embargo, permanecer aquí con ustedes’, les dijo Vidura.”

 

Esta es una sección del libro “Maha-bharata Vol. 1”, en Espanol.

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