Sumantra acompañó a Rama a la ermita de Bharadvaja y luego desde allí regresó a Ayodhya para darle las últimas noticias al rey. Dasaratha estaba lúgubre, triste, absorto en quién sabe qué pensamientos. Escuchó la historia del itinerario de su hijo sin decir una palabra. Luego se levantó y se retiró a sus habitaciones.
No pudo dormir. Frente a él había miríadas de imágenes y entre todas predominaba el rostro de Rama. De repente dio un salto. Le vino a la mente un recuerdo que le hizo derramar lágrimas calientes. Aquí, ahora recordaba por qué estaba sufriendo tan amargamente. Se levantó y llamó a su primera esposa, Kausalya, la madre de Rama. La sentó en la cama y la miró, como si quisiera disculparse por lo que había hecho. Ella lo miró con cariño, sin rencor.
“Siento la necesidad,” le dijo Dasaratha, “de contarte a ti y a nadie más una historia que me sucedió en mi juventud. Ya no puedo guardármelo para mí. De hecho, casi me había olvidado de este episodio, pero lo que sucedió en esos días malditos todavía lo tengo claro en mi memoria.”
Esta es una sección del libro “Ramayana (Tal como es)”, en Espanol.
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