La reina reaccionó con vehemencia.
“Hiciste una promesa. Las primeras reglas morales de un rey son la veracidad y la honestidad. Te pido que destierres a Rama y que nombres a Bharata como príncipe heredero.”
Lo dijo casi gritado, con rabia, con furia, casi con odio. Ya no era la misma dulce Kaikeyi; era otra persona. ¿Quién era? ¿Cómo convencerla de que estaba pidiendo algo absurdo? Al verlo asombrado e incapaz de reaccionar y aceptar la realidad, Kaikeyi repitió la solicitud varias veces. Y cuando el pobre monarca se dio cuenta de que su esposa lo decía en serio, el dolor lo hizo perder el conocimiento. Luego se recuperó y trató pacientemente de disuadirla de su cruel propósito, pero no lo consiguió. Kaikeyi estaba decidida. Ésos eran sus deseos.
Toda la noche Dasaratha trató de persuadir a su esposa, pero el sol que se asomaba desde detrás del horizonte encontró a Dasaratha desesperado. Al ver que su esposo no tenía el valor para hacerlo, Kaikeyi llamó a una sirvienta y le dijo que llamara a Rama y lo llevara a sus apartamentos, diciéndole que su padre quería verlo.
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