Cuando la criada le transmitió el mensaje, Rama se sorprendió un poco por esa llamada a una hora tan inusual, pero inmediatamente salió y corrió hacia su padre.
Entró en la habitación de Kaikeyi e inmediatamente se dio cuenta de que había sucedido algo grave. Dasaratha estaba conmocionado, sus ojos estaban enrojecidos por el llanto. Se quedó mirando al suelo: no tuvo el valor de mirar a los ojos de su hijo, tan parecidos a los pétalos de la flor de loto. Kaikeyi tenía una extraña mirada de cruel triunfo en sus ojos. La atmósfera era extraña, inusual. Rama estaba sorprendido y disgustado por el evidente dolor de su padre.
“Te veo muy triste,” le dijo. “¿Qué está pasando? ¿Cuáles son las razones que te hacen sufrir tanto? En tu reino todo está bien, la gente te ama y te respeta. ¿Qué pasa?”
Dasaratha no podía hablar. Mantenía la mirada baja y tenía una expresión aterrorizada, como si viera en ese mármol imágenes monstruosas que lo amenazaban con quién sabe qué peligros. Su corazón estaba lleno de dolor. Sin piedad, Kaikeyi le reveló todo a Rama. Pero para su sorpresa, el príncipe no se inmutó y sonrió como si nada estuviera pasado.
“Mi querido padre,” dijo en voz baja, “no llores por mí. Acepto el exilio con la misma alegría con que hubiera aceptado la coronación. No te preocupes. Pasaré estos catorce años en el bosque en compañía de santos y ascetas y me enriqueceré con sus conocimientos espirituales. También, los protegeré de los seres malvados y así les prestaré un valioso servicio. Y cuando estos años hayan pasado, volveré contigo, aunque no pueda ser el rey. Quiero que sepas que no tengo ningún apego a las alegrías de este mundo que desaparecen más rápidamente de lo que llegan y solo son causa de ansiedad. Soy feliz de todos modos, padre, no te preocupes por mí.”
Esta es una sección del libro “Ramayana (Tal como es)”, en Espanol.
Para comprar el libro completo, haga clic aquí
Post view 172 times
Leave a Reply