El ejército se trasladó inmediatamente a la orilla derecha del Ganges y Citrakuta pronto se hizo visible. Bharata detuvo al ejército y decidió avanzar a pie, acompañado de algunos otros.
En ese momento Rama notó una gran nube de polvo en el horizonte y se alarmó.
“¡Laksmana!” llamó. “Mira esa gigantesca nube de polvo y escucha esa confusión muy similar a la de los caballos y los elefantes. Se acerca un ejército. Quizás sea un rey enemigo. Sube a un árbol y averigua cuál es el origen de esta agitación.”
Rápidamente, Laksmana se trepó a un árbol para escudriñar el horizonte. Se dio cuenta de que efectivamente, era un ejército y reconoció la insignia de las milicias de Bharata.
“¡Rama!”, gritó agitado, “¡Se acerca un peligro! ¡Es el ejército de Bharata! Aquí está su plan diabólico: primero movió a su madre contra ti y te robó el reino, y ahora quiere matarte para disfrutarlo en paz.”
Casi había alegría en la voz de Laksmana, la amarga alegría de la venganza inminente.
“Preparémonos para luchar. Hoy el hermano traidor sabrá el precio que deben pagar los que cometen malas obras. Hoy es el último día de su vida.”
Rama se había calmado; estaba sereno, casi sonriente, y le dijo:
“No pienses tan mal de Bharata. Estoy seguro de que él no tiene la culpa de lo sucedido. Ciertamente, todo fue obra de Kaikeyi.”
Bharata encontró la choza donde vivía su hermano. Lo vio sentado con el arco en las manos, vestido con sencillas telas ermitañas, desprendiendo una luz de gloria. Su alegría al verlo no tenía límites: los que presenciaron esa emocionante escena derramaron cálidas lágrimas.
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