Insulto tras insulto

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Vaishampayana continuó con el relato.

“Draupadi dijo entre sollozos: ‘Apelo a los ancianos de la respetable corte Kurava, y a todos los hombres justos que están aquí presentes. ¿No han visto lo que me ha hecho este ruin villano? Y si ustedes han visto, ¿cómo pueden permanecer en silencio y no hablar en mi defensa? ¿O la rectitud no cuenta nada para ustedes? Este juego de dados fue una trampa, un engaño diseñado por la vergüenza de la raza Kurava: Duryodhana.

Durante toda su vida él no ha hecho más que odiar a mis maridos, que en este momento no pueden intervenir como les gustaría para defenderme.

Pero miren la cara del poderoso Bhima: ¿creen que alguien puede mantenerse con vida frente a él en el campo de batalla? Y Arjuna, mírenlo: ¿quién de ustedes sabe utilizar sus armas como él?  ¿y Nakula? ¿y Sahadeva?

¿Ustedes no conocen a nuestros aliados, que son los invencibles Vrishnis y los Panchalas con mi padre y mi hermano a su cabeza? No desafíen todavía la buena suerte. Hagan justicia, y libérenme de esta tremenda ansiedad.’

Pero ni Bhishma, ni Drona, ni Vidura, ni todos los hombres justos dijeron nada. Parecía que nadie fuera capaz de ayudarla.

En ese momento se oyó un rugido terrible que sacudió los corazones de todos los hombres: era Bhima, incapaz de contener su ira.

‘Hermano, y también todos los presentes, observen mis brazos y mi maza, ¿Cuánto piensan que necesitaría para impartir el castigo apropiado al vil Duryodhana?  

Y si alguien se opusiera, ¿cuánto piensan que necesitaría para exterminar a sus amigos y parientes, a Dussasana y sus hermanos, y al tramposo Sakuni y a Karna que tanto se enorgullecen de su destreza militar?

Si tú, hermano, dijeras una sola palabra, masacraría de inmediato a todos los que se han prestado a este vil engaño y al ultraje de nuestra esposa; pero tú no hablas ni dices una palabra ni siquiera cuando ves a Draupadi arrastrada por el suelo como una villana, como si tuviera maridos incapaces de protegerla.

¿Cómo puedes tolerar todo esto? Fuiste tú quien por causa de tu apego al juego nos pusiste en esta situación y si no puedes resolverlo, por lo menos permite que yo lo haga.

Tú sabes que con Arjuna y los dos gemelos puedo derrotar hasta a los mismos dioses. No cedas ante este letargo que parece haberse apoderado de ti.’

‘Hermano, escucha’, intervino Arjuna. ‘No tienes que hablar así. En la gloriosa historia de nuestra familia hay muchos ejemplos de Reyes santos que han preferido abandonar para siempre las riquezas y los honores en lugar de ceder los principios más fundamentales que rigen nuestras vidas. Uno de ellos es el respeto incondicional a los superiores: nuestros padres, nuestros maestros e incluso nuestro hermano mayor.

En este momento puede parecer que Yudhisthira no tenía que jugar, pero ya que ignoramos lo que el destino tiene reservado para nosotros, no podemos saber si lo que ha sucedido resultará haber sido para bien o para mal.

 No olviden que somos servidores de Dios; nadie es completamente independiente en la construcción de su propio destino. Así es que siempre tendremos que aceptar lo que nos suceda con serenidad.

‘Pero también es cierto’, continuó Arjuna, ‘que estos malvados, con el corazón más duro que una piedra, han pecado gravemente, y que uno de los deberes de un Kshatriya es castigar severamente a aquellos que desobedecen a las leyes divinas.

Sólo tienes que esperar, hermano mío y ten por seguro que pronto Duryodhana y sus compinches cosecharán lo que han sembrado.

No respondamos a la impiedad con otro pecado. Esperemos la llegada del momento apropiado para restablecer la justicia, y luego también nosotros tendremos nuestra venganza.’

Cuando terminó el discurso del sabio hijo de Indra, el público se levantó, pronunciando sentidas palabras de condena contra Duryodhana. Incluso uno de sus hermanos, el justo Vikarna, trató de defender a Draupadi, afirmando que ella era la esposa de todos los cinco Pandavas y que Yudhisthira no podía jugarla sin el consentimiento de los otros. En la confusión, de repente, se distinguió la voz de Karna gritando contra Vikarna y quien lanzaba terribles insultos con relación a Draupadi.

Mientras tanto, todo el mundo hablaba o discutían entre ellos, tratando de determinar lo que era correcto y lo incorrecto. En un determinado momento, en el colmo de la locura, Dussasana agarró el sari de Draupadi y empezó a tirar de él, tratando de desnudarla delante de todos. Ante aquel espectáculo los Rishis presentes se cubrieron los ojos y los ancianos, horrorizados, gritaban que no lo hiciera. Pero el vil no se detuvo. Nunca en un descendiente de la raza ariana se había visto tanta maldad.

Draupadi lloraba desesperadamente y agarraba su vestimenta con ambas manos. Miraba a sus esposos uno detrás del otro buscando ayuda sabiendo que no podían hacer nada por ella.

En aquel momento pensó que el único que podía ayudarla era la encarnación del Señor Supremo, Sri Krishna; cuando la pobre alma espiritual en este mundo está sufriendo y está en peligro y finalmente entiende que nada ni nadie puede protegerla, recurrirá a la Suprema Personalidad de Dios, quien puede ponerle a salvo de cualquier amenaza. Y la devota Draupadi, mientras Dussasana tiraba vigorosamente de su vestido, renunció a protegerse a sí misma por sus propios esfuerzos.

Así, abandonado el agarre del vestido, rogó en voz alta:

‘Oh, Govinda, Tú que resides en Dvaraka; oh, Krishna, Tú que prefieres los pastos de Vrindavana; oh, Keshava, ¿no ves cómo los Kuravas me están humillando?

Oh, Señor, marido de Lakshmi; oh, Señor de Vraja, Tú destruyes todas las aflicciones; oh, Janardana, me estoy ahogando en el océano de los Kuravas.

Oh, Krishna, oh, Krishna, Tú eres el más grande de los yogis. Tú eres el alma del universo.

Oh, creador de todas las cosas; oh, Govinda, sálvame; estoy sufriendo, estoy perdiendo la consciencia en medio de los Kuravas.’

 Afligida y sollozante, Draupadi rogó al Señor con profundo amor espiritual y Krishna, habiendo escuchado aquella invocación, intervino en favor de su devota. Mientras más Dussasana tiraba del sari, como por milagro, más este se alargaba. En un instante, decenas y decenas de metros de tela salieron del cuerpo de la Reina cubriendo el piso, y todos gritaron frente al milagro, pronunciando alabanzas al Señor.

Viendo inútiles sus esfuerzos, el Kurava se sentó, agotado por la fatiga.

Entonces Bhima gritó con furia:

‘Escuchadme todos: si yo no mato a aquel malvado pecador de Dussasana, que nunca pueda ver los planetas celestiales, merecidos gracias a la práctica de la ley Kshatriya. Juro que le sacaré el corazón de su pecho y beberé su sangre.’

Dussasana, quien en ese momento tenía la razón completamente oscurecida, se burló de él. Aun así, surgió un coro de voces discordantes.

‘¡Llevad a Draupadi a las habitaciones de las reinas para que conozca sus futuros deberes de sirvienta!’, gritó Karna.

 Luego se oyó la voz de Vidura, quien trataba en vano de defenderla, pero la voz de Duryodhana le sobrepasó.

‘Ahora que tus maridos son esclavos, elije a uno de nosotros y seguirás viviendo como una Reina.

‘Si no fuera por el respeto que le debo a mi hermano, gritó Bhima, tú ya no estarías vivo desde hace mucho tiempo. Si no tuviera las manos atadas por las leyes del dharma, ¿crees tal vez que tú y el maldito de tu hermano Dussasana estarían aún vivos?’

Bhima, con la poderosa maza que Maya Danava le había dado en la mano, tenía el pecho que se le inflaba y se le desinflaba de una manera espectacular, y daba terror solo de mirarlo.

Duryodhana, quien, sin embargo, no estaba en lo absoluto intimidado por las amenazas de este último, en tono de broma le dijo a Yudhistira:

‘Tú has jugado y has perdido. Dinos, pues, ¿es correcto que consideremos a Draupadi nuestra propiedad?’

El hijo de Dharma no respondió.

A continuación, el Kurava le mostró el muslo a Draupadi y se le rió en la cara. Ante aquel otro insulto, Bhima levantó la maza hacia él y le gritó con voz solemne:

‘Que yo no pueda nunca ver los planetas celestiales si no te rompo con esta maza el muslo que le has mostrado a Draupadi. Si no logro hacerlo, que seas condenado a vivir eternamente en el más bajo de los infiernos.’

‘¡Yo les digo que mataré a Duryodhana!’, gritó después, ‘y cuando él yazca en el polvo a mi merced, empujaré con desprecio el pie sobre su cabeza. También, pueden estar seguros de que Arjuna matará a Karna y que mi hermano Sahadeva eliminará al desleal de Sakuni.’

 

En ese momento, habiendo perdido toda la calma, los otros Pandavas se levantaron y pronunciaron sus votos. Arjuna dijo que mataría a Karna, Sahadeva que tomaría la vida de Sakuni y Nakula que eliminaría a Uluka, el hijo más querido de Sakuni.

En aquellas circunstancias, Arjuna infundía aún más terror que el terrible Bhima y los presentes fueron presa de un temblor incontrolable. Arrojadas como gigantescas piedras, aquellas palabras furiosas resonaron como sentencias de muerte seguras.

Después todos salieron de la maldecida Sabha de Jayanta.

 

Ahora el Rey ciego no estaba para nada tranquilo; todo lo contrario, tan pronto como se le presentaba ante los ojos la escena anterior se sentía colmado de temblores por un miedo incontrolable. Y cuando en la tarde los terribles presagios, evidentemente desfavorables aparecieron en el palacio de los Kuravas, Gautama, Vidura, Bhishma y Drona le advirtieron del peligro terrible que todos ellos estaban corriendo. Dhritarastra, aterrorizado, se dio cuenta de la gravedad de la situación y les restituyó todo a los sobrinos.

Esa misma tarde los Pandavas, no calmados por el gesto de su tío, partieron hacia Khandava-prastha.”

 

Esta es una sección del libro “Mahabharata, vol. 1”, en Espanol.

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